memorias de un ser obsceno pero libre

jueves, 1 de enero de 2009

Era la media noche de aquel viernes siniestro. El taxi se detuvo en el cruce de de una venida amplia, solitaria.
- Esta es la calle, me dijo la voz de la silueta que conducía el vehículo. Y extendió su palma derecha sobre la cabeza para recibir las monedas.
Descendí silenciosamente del coche. La noche estaba helada, hacia un aire seco que me golpeaba el rostro como lo harían cientos de pequeños látigos. El taxi se alejaba al fondo de aquella calle ancha y mal iluminada.
Marqué su número mientras miraba la extensa avenida, con cuidado de no acercarme demasiado a las orillas oscuras.
- Estoy afuera, sal a recibirme, aquí hace un frío que muerde. La ciudad está infestada de militares, abre antes de que pase alguno y me mire. A esta hora andan a la caza de todo lo que respire.
A los pocos minutos, Laura corría el cancel blanco a mis espaldas, tenía el cabello húmedo alborotado sobre el rostro y los hombros, bostezaba hondo.
- Esta mañana encontraron otros tres decapitados en el lote baldío de atrás, dijo de espalda a mi y enredándose en mis brazos, su cuerpo estaba tibio, adormilado. Le acaricié piernas descubiertas, estaban muy suaves, recién depiladas adiviné.
Se desprendió de los brazos y avanzó veloz hacia el fondo de la casa. Al entrar, luego de cruzar el garage, pude ver la silueta de Laura que regresaba de la cocina, depositó dos vasos con tequila blanco en la mesa del recibidor y reclinó su cabeza húmeda contra mi pecho.
- Tienes fuego, preguntó mostrando un cigarrillo que apretaba con sus labios.
- No, contesté, luego de hurgar en mis bolsillos.
- El sofá está mojado, los niños tiraron la soda esta tarde. Vamos adentro para que estés mas cómodo, dijo enredando sus dedos en los míos.
El ingresar a la habitación me empujó por los hombros, casi obligando mi cuerpo a recostarse sobre su cama amplia. La habitación esta oscura, olía jabón floral de tocador y crema con aroma a lavanda. En un rincón al fondo, dos pequeños dormían plácidamente, apenas alcanzaba a distinguir sus figuras, sólo la respiración de ambos se escuchaba dentro de la alcoba. Laura había regresado al recibidor por las copas.
- Creí que nunca te tendría aquí, murmuró durante su regreso.
Levanté la mirada hacia la entrada de la habitación. Ella, Laura, la mujer de cabello alborotado, piernas ágiles y lindas, se había despojado de las bragas azules con que me había recibido al atravesar el cancel blanco. Colocó los vasos en la mesa de noche, entonces pude ver sus cabellos oscuros acariciándole la espalda desnuda, sus nalgas alegres sonriéndome, las piernas como dos delgadas columnas de mármol tenue.
A los pocos minutos, sus dedos me acariciaban el glande y mi lengua recorría sus pezones, cual si fuera uno de los niños durmientes que saboreaba un helado de fresa. Laura se recostó, sus muslos eran dos alas que se levantaban para mostrarme un bosque de vello rizo recién podado. Uno de los pequeños respiraba agitado, se giró contra nosotros, entreabrió los ojos, alcanzó el brazo derecho de su madre y volvió a dormir profundo. Yo entraba en Laura, su interior estaba húmedo, sumamente húmedo, era como penetrar en una alberca privada. Sus piernas me cercaban por la cintura. Encajaba su vientre contra mí con la fuerza de mil bocas succionándolo todo, estaba húmeda, sumamente húmeda.


Afuera, frente al cancel blanco, cerca de 30 militares encapuchados descendían de un carro de guerra y se desplegaban con ligereza a lo largo de la avenida. En la habitación, los gemidos agudos de Laura y mi respiración de bestia enferma se ahogaban en un interminable beso iracundo. Los niños se ponían inquietos, respiraban extraño y uno de ellos parecía que estaba por romper en llanto. Laura hundió su cabeza en la almohada y apoyada en sus rodillas levantó las caderas para ofrecerme el culo en todo su esplendor. También estaba húmedo su ano, se había irrigado de fluido vaginal. Fue fácil acceder. Aquellas nalgas sonreirán todavía más, aseguré una mano sobre su pecho izquierdo, con la otra jalaba sus caderas contra mi. El trasero de Laura me apretaba más cada jadeo. Ella lloraba, reía y al mismo tiempo arrullaba a uno de los pequeños que estaba por despertar. La mierda de Laura, sus gritos doloridos, mis espermas y sudores se mezclaron cuando el niño abrió los ojos y soltó por fin el llanto.
- Tienes que irte, me dijo Laura, todas las mañanas mi marido envía a uno de sus subalternos para que me lleve a comprar el desayuno. Por el niño no te preocupes, sólo no hables, todavía no despierta del todo y entre la oscuridad del cuarto no podrá distinguir, pensara que se trata de su padre.
Mi taxi llegó pronto. Luego de asegúrame de que la calle estaba limpia de militares, con todo cuidado cerré el cancel blanco al salir.
- Tienes fuego, preguntó la sombra que conducía el auto, mostrando un cigarrillo que apretaba con los dientes, vestía un uniforme militar.
Por las calles todavía en penumbra había ambulancias, patrullas de policía y carros de guerra. Laura arrullaba al niño dándole besitos en la cabeza del pene y palmaditas en su pecho. Estaba por amanecer.